miércoles, 25 de septiembre de 2013

"CASTILLA NO LA VE"

Luis Miguel Castilla, ministro de Economía. Foto: Perú.com

Y que un ministro de Economía no entienda que, además de la minería, la mayor riqueza de este país es su cultura, no solo es serio. Es perjudicial.

Organismos financieros internacionales como el mismo Banco Mundial ya hace años que lo vienen diciendo: la cultura es un capital que hay que considerar. No puede estar ajena a los planes de desarrollo. ¿Qué nos pasa que solo vendemos un país de postal?

Con más de 5.000 años de civilización, el patrimonio cultural que heredamos es uno de los más ricos del planeta. Ese enorme capital económico yace ahí, vulnerable, abandonado, bajo presión de otros tipos, sin ser considerado como otra posible fuente de riqueza.

Pero también soy de los que piensa que el Estado no lo puede pagar por todo. La experiencia de otros países, con mucha menos riqueza patrimonial y cultural que la nuestra, nos dice que existen fórmulas para mejorar esta situación.

El día que nos tomemos en serio podremos empezar a trabajar. Mientras tanto, veamos qué están haciendo países vecinos.

COLOMBIA:
Uno de los países con mayor capacidad de trabajo en favor de la cultura es Colombia. Si bien el porcentaje oficial que invierte en el sector es bajo (0,10% del presupuesto nacional), y si bien tampoco tiene una ley de mecenazgo, ellos han logrado articular mecanismos para incorporar distintas fuentes de financiamiento.

Por ejemplo, la ley 1450 del Plan Nacional de Desarrollo (2010), por la cual los municipios aportan el 6% de sus recursos para cultura. Los espectáculos son deducibles en un 100% si hay inversión en infraestructura. El 10% del monto de los boletos de espectáculo, se destina a un fondo para infraestructura.

Además, la telefonía móvil tiene un impuesto de 20%, de esto 4% va para deporte y cultura. Y no contentos con todo eso, también tienen la Estampilla pro-cultura, que en ocho años ha recaudado US$40 millones. No está demás decir que Colombia cuenta con una larga tradición de aportes del capital privado a este sector.

ECUADOR:
Este es un país que se tomó en serio hace un tiempo. Ya llevan más de 25 años desde que decidieron recuperar el centro histórico de Quito, y hoy la Unesco lo considera una experiencia de lujo.

Aquí se decidió destinar el 6% del impuesto a la renta a tareas de recuperación. Se creó el Fonsal (Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural), y una sola autoridad para manejar los fondos y el proceso. Se impuso una tasa del 3% al espectáculo público; multas a transgresiones; un efectivo sistema de donaciones; además de créditos y préstamos.

CHILE:
Con Chile hay una situación irónica si lo comparamos con Perú. Su porcentaje de gasto en cultura es igual que el nuestro: el 0,27% del presupuesto nacional. Pero con una gran diferencia. Por ejemplo, en Santiago no existen sitios arqueológicos, y Lima tiene más de 350.

En Santiago tienen unos 100 sitios históricos (casonas, iglesias y otras estructuras monumentales), y Lima tiene más de 1.300...

 CASO PERUANO:
¿Qué pasa con nosotros? Mientras PromPerú, la empresa encargada de difundir la cultura del país tiene fondos propios, esa misma cultura no los tiene. Existe una Ley de mecenazgo que está sin reglamentar desde 2010.

El único beneficio que existe es la exoneración del impuesto predial a dueños de casonas. Pero solo si viven ahí. Y todo lo demás, es un magro presupuesto estatal de unos 280 millones de soles, para todo el país. Fuera de eso, no existe ningún otro beneficio ni fórmula para conseguir dinero. Papá Estado no da ni permite dar. Se sienta en su sillón y no piensa en salidas creativas.

QUÉ SE PODRÍA/DEBERÍA HACER:
Son solo ideas sueltas de las muchas que existen.
- Crear fondos propios para cultura.
- Una carga impositiva del 1% a cada obra pública.
- Que el crecimiento inmobiliario contribuya a la recuperación de huacas y casonas.
- Impuesto de 1% a actividades nocivas para la salud, como el alcohol y el tabaco.
- Créditos fiscales para dueños de propiedades históricas.
- Deducciones fiscales a toda la inversión para recuperar un inmueble.
- Revisión de los ingresos provenientes de loterías y juegos de azar.
- Crear una propia lotería.

Concolón británico:
Para terminar, un caso muy singular. En el Reino Unido el Estado no paga por cultura. Lo pagan los mismos británicos. Un pilar para el financiamiento allá es la Lotería Nacional, que la maneja el ministerio de Cultura, Medios y Deportes.

Por cada libra que el público gasta en la lotería, 28 peniques van a un fondo especial. El dinero se distribuye de la siguiente manera: 46% para salud, educación y medio ambiente; 18% para deportes; y 36% para artes y patrimonio.

Con este sistema, desde 1994, la lotería ha provisto un equivalente de 35 millones de dólares cada semana. Jugando, jugando, este país se toma en serio. ¿Cuándo lo haremos nosotros? ¿O cuándo tendremos un ministro de Economía que de verdad entienda la riqueza de este país?

Foto 2: Puntos de Cultura.Generacción.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Los ‘cholets’ bolivianos, inspiración y ciudad

'Choléts' con iconografía prehispánica y contemporánea.  El Alto, Bolivia.

En este blog con frecuencia he cuestionado la pasividad de las autoridades ante el poco cuidado que existe por la integridad histórica y estética de una plaza o un centro histórico. Como es de esperar, algunos han opinado en contra. Pero una reciente visita a la ciudad de El Alto, en Bolivia y donde saqué estas fotos, me dieron una perspectiva nueva y muy singular sobre el tema.

Primero. ¿Qué opiniones eran esas? Básicamente que toda ciudad tiene derecho a evolucionar como le venga en gana, de manera natural. Que las ciudades crecen como pueden y que en el Perú eso hemos desarrollado: patrones urbanos que, nos guste o no, son auténticamente peruanos, y que deberíamos dejarnos de tonterías pensando que podemos ser como las ciudades europeas. Sencillamente, somos diferentes, dicen.

A esta opinión, se añade una paralela que dice que lo que cuenta es la gente que vive en esos lugares, que si a ellos les gustan sus vidrios polarizados o las formas extravagantes de sus edificios, tenemos que respetar todo eso. Que quién somos los otros para venir de fuera y decirles de la noche a la mañana ‘me quitan esto’. No podemos imponer nuestros gustos foráneos cuando ellos son los que viven ahí cada día. Bien.

Hasta ahí, la teoría me parece legítima. Y antes de responder específicamente a eso, permítanme hablarles de El Alto, y cómo esta visita cambió o reforzó, no estoy muy seguro, mi perspectiva sobre este asunto.


Para los que no lo conocen, El Alto es el equivalente boliviano de Los Olivos o San Juan de Lurigancho. Originalmente fue el lugar de las grandes migraciones del campo a la ciudad. Originalmente, también, fue uno de los focos de pobreza extrema. Hoy, El Alto tiene una población de casi un millón de personas y su gente, de mayoría aymara, se dedica al comercio, al transporte, la agricultura y ganadería. Y, tal parece, ahí están las raíces de su éxito.

El éxito económico es tal que están pasando a demostrarlo en los edificios que construyen (más abajo pongo un link para una galería de fotos más completa). En los últimos cinco años, sobre la carretera que sale de La Paz y que también es la avenida principal en esta zona, empezaron a aparecer edificios grandes, coloridos, completamente novedosos.

Según me explicó don Marcos Arce, un ex funcionario de USAID y conocedor del área, lo que llama la atención no solo es el decorado de la fachada. Es la funcionalidad del edificio mismo: el primer piso suele ser alquilado para negocios de todo tipo. El segundo y a veces el tercer piso, casi seguro, para salas de baile y eventos (en tremenda demanda).

El cuarto y quinto son departamentos en alquiler (cuando pregunté qué pasa con el ruido, me respondieron que para los que alquilan no es un problema). Y el detalle suele estar en el último piso: aquí, como instalado por helicóptero, aparece la casa del dueño del inmueble. Por lo general, en la forma de un chalet europeo. El símbolo final del éxito emprendedor, según me explicaron.

Los bolivianos empezaron llamando a estas estructuras de manera despectiva: los “choléts”, en referencia a sus dueños cholos. Hoy, tal parece, ellos mismos están incorporando este nombre que revela algo: su orgullo y una identidad recuperada. Identidad que se ve reflejada en los diseños con los que los decoran: chacanas andinas, cóndores, simbología prehispánica. Pero también elementos foráneos, como diamantes, leones y otros motivos.

El estilo incluye: negocios (piso 1), salón de baile (2), alquiler (3), cholet (4).

Ahora bien, para volver a mi punto. ¿Qué me dijo esto? Me gustó. Me pareció sensacional. No tiene que gustar a todos, evidentemente, pero es original. Es, como dicen algunos, un desarrollo natural de una ciudad. Y admiro a El Alto, porque creo que eso le ha dado una identidad particular que los bolivianos harían bien en apoyar. ¿Cómo se vincula eso con mis alaridos de protección? De manera muy directa.

Para empezar, estos edificios no están en ninguna zona histórica. No compiten con nada. Tienen todo el derecho adquirido en esta nueva tierra. Donde están, están bien. Destacan. Frente a la catedral de Juli, por ejemplo, serían un estrepitoso e innecesario choque. Choque, porque perderían las dos propuestas.

Al ser complacientes con el crecimiento informal alrededor de plazas históricas y centros históricos lo que estamos permitiendo no es el natural crecimiento de una ciudad (aquí sí, miremos cómo lo hacen en otros centros históricos de América Latina, Estados Unidos y Europa). Estamos eliminando páginas de un libro único, rico, original e irrepetible.

Sobre la existencia de reglas específicas sobre qué se puede hacer y qué no, hablé con el arquitecto Jorge Ruiz de Somocurcio y “.....no hay ninguna legislación ad hoc que yo sepa. Más allá de la zonificación....”. Otro arquitecto, Wiley Ludeña, me indicó que “para el caso de ciudades históricas como Cuzco, Cajamarca o Arequipa existe una normatividad genérica (fachadas, letreros, alturas, etc.) que se aplican por extensión a las plazas”.

Templo del Sol, Pachacámac, en su momento de esplendor. Imagen: Alfio Pinasco.
Y en el caso de Lima, ¿cuál es la otra diferencia? La historia. En Lima, ahora lo sabemos, hay un desarrollo arquitectónico de por lo menos 4.000 años de antigüedad. Un desarrollo urbano de por lo menos 2.000 años. Eso, por sí solo, ya nos hizo diferentes a la mayoría de ciudades de este planeta. Ya impuso de por sí, otros patrones, otras responsabilidades. ¿Qué vamos a hacer frente a eso?

¿Creo que existe espacio en nuestra ciudad y en nuestro país para varias visiones de ciudad? Creo que sí. De un lado, podemos hacer más, fiscalizar más, demoler más, para conservar y mantener nuestras plazas, centros históricos y zonas arqueológicas, con criterios de armonía e integridad histórica.

Estos son espacios donde nuestra enorme creatividad debería quedar limitada al máximo, para permitirle espacio al pasado que nos hace diferentes. Fuera de estas “zonas rígidas”, debemos seguir recreando las formas más delirantes que queramos, como de hecho ya lo hacemos, y ser felices también en esa otra forma de singularidad.

Al final, como alguna vez escribió Melville, “es mejor errar de originalidad que tener éxito copiando”. No arruinemos toda la originalidad que todavía tenemos.

Hacer clic para ver album de fotos de los 'choléts'

Fotos: Javier Lizarzaburu

miércoles, 11 de septiembre de 2013

LAS LECCIONES DE JULI

La postal: la hermosa catedral de Juli, siglo XVI, sobre la Plaza de Armas.

Juli, a orillas del lago Titicaca, puede ser una de las ciudades más sublimes que uno pueda visitar. Aquí puedes ver las iglesias coloniales más grandiosas y monumentales de todos los Andes. No por gusto la llamaron la Roma de las Indias. Pero, también, puede ser una de las más chocantes. 

No quiero caer en la complacencia habitual de ver sólo la porción y no el todo, porque esa actitud no nos ha servido. Ha pasado el tiempo y veo que no avanzamos en una correcta protección de lo que es nuestro.

¿Que vi en Juli? Un poco lo mismo de lo que viene pasando en todo el país: centros históricos y plazas de armas que han caído estrepitosamente ante una visión desesperada y malentendida de desarrollo y progreso. Y con esa caída, la pérdida de todo valor histórico. ¿Por qué lo hemos permitido?

La realidad: templo flanqueado por edificios modernos, ajenos a la historia.

Plaza tras plaza en todo el país repite lo mismo. Como ciudadano, como contribuyente, pregunto ¿Quién responde ante esto? ¿Quién tiene la obligación (porque esto ya pasa de una responsabilidad) de decirle a esas autoridades qué pueden y qué no pueden hacer con algo que pertenece a todos los peruanos, de hoy y del futuro?

Hemos aprendido a vivir entre lo chocante y lo sublime. En eso Juli no es distinta. Lo bueno que está pasando aquí también representa lo que está pasado en otras partes del país: acupuntura urbana.

Aquí, vienen restaurando sus templos con magistral dedicación, como el de la Asunción, o San Juan de Letrán, con resultados tan hermosos que te hacen querer defenderlos. ¿Y el contexto urbano? ¿Quién responde por las construcciones multiformes y multicolores alrededor de estos monumentos que les usurparon todo valor de conjunto?

Plaza de Armas: exquisita arquitecturacolonial, desaparecida en otras ciudades.

Que algunos vean este tipo de acupuntura urbana como la mejor opción es entendible. Es lo más práctico que podemos hacer mientras no tengamos una visión de país ni decisión política para hacer algo. ¿Pero dónde están los políticos? ¿Dónde están las medidas que deberían tomarse para salvar lo que todavía nos queda?

Para terminar, solo tengo más preguntas, ¿tenemos un modelo o modelos de ciudad? ¿Qué estamos haciendo para salvar nuestros conjuntos monumentales más allá de edificios puntuales? ¿Cómo vamos a responder a las siguientes generaciones cuando, con toda razón, nos pregunten: ¿qué hicieron ustedes para salvar nuestra herencia?

Esas son las lecciones que me deja Juli.

Plaza de Armas de Juli, como en realidad luce hoy. Herencia del presente.

Fotos: JLizarzaburu

miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL EMPRESARIO NECESITA SEÑALES CLARAS A FAVOR DEL PATRIMONIO

Barrios Altos. Un programa de incentivos permitiría más recuperación. Foto: JL
¿Por qué las empresas peruanas no apoyan más a la cultura? Este fue el punto de partida para la entrevista con Alberto Martorell. Él es el presidente de ICOMOS-Perú, organización internacional de protección de bienes culturales reconocida por la Unesco. Martorell es también Doctor en Derecho de la Cultura y profesor de la Universidad de San Martín de Porres.

Las ideas para mejorar la situación existen. Y no son descabelladas. Según mi entrevistado, se podría crear un Fondo Pro Patrimonio, para que empresas de todo tamaño participen y no solo las más grandes. O que todas las obras de infraestructura paguen un impuesto específico para cultura y patrimonio. Una vez más, es cuestión de voluntad política.

En realidad, hay mucho que los empresarios peruanos podrían estar haciendo, pero hay un tema fundamental: si ellos perciben que para el Estado la protección de nuestro legado no es importante, ellos tampoco lo harán. Aquí hay un tema urgente: ellos necesitan recibir señales claras de que apoyar cultura es necesario. Por ahora, los mensajes son contradictorios. Y no podemos darnos el lujo de seguir en esta falta de definición.

¿Qué papel le corresponde, si alguno, a la empresa privada en la protección de patrimonio?
Toda ciudad necesita que la empresa privada participe. Si una empresa crece, también puede desarrollar proyectos de apoyo cultural que, finalmente, va en beneficio de su imagen corporativa. Es un tema de responsabilidad y no de negocio.

¿Por qué se resiste el empresario peruano?
Esta resistencia me resulta difícil de entender. Por alguna razón no se ha desarrollado una visión de marketing alrededor de este concepto.

¿A qué se debe?
Una empresa es parte del conjunto de la sociedad, pero lo que vemos es que no se entiende la cultura con responsabilidad, porque por algún motivo la sociedad peruana no le da a su patrimonio el rol que le corresponde. No lo ven como un factor de desarrollo sino como algo del pasado.

Para algunos, una empresa no está obligada a dar. Ya paga sus impuestos…
Es cierto que pagan y que no está obligada, pero es una cuestión de compromiso con la sociedad en que viven. No funcionan aislados de la ciudad. Pero por otro lado, el sistema legal ha dejado de lado los incentivos al cuidado de patrimonio, y el mensaje del Estado es: ‘no me importa este tema’, entonces no desarrolla un sistema de incentivos.

Un dilema es si la empresa debería apoyar en necesidades básicas, como educación, salud, etc., o temas de cultura, que en algunos sectores se ve como menos importante.
Esto tiene que ver con la importancia que le da el Estado a uno u otro tema. Lo social es prioritario, es cierto, pero invertir en cultura es generar desarrollo inclusivo.

¿Quiere decir que la empresa privada necesita mensajes más claros pro patrimonio?
Yo diría que sí. El Estado debe desarrollar un sistema para que la declaración de patrimonio cultural de una casa, por ejemplo, no signifique una pérdida de valor para el dueño.

¿Cree que una señal clara de parte del Estado es el punto de quiebre para que la empresa participe más?
En gran parte sí. Que el Estado no genere mecanismos de apoyo de ningún tipo desalienta. En lugar de apoyar lo que hace el Estado es establecer trámites exagerados, exigencias absurdas, trabas, con lo que el mensaje que recibe el empresario es que es mejor no participar en cultura.

¿Cuál debería ser el papel del Estado?
El mensaje central debería ser que el patrimonio cultural no debe verse como obra social sino como un tema de intereses comunes (Estado, empresa, sociedad). Esto llevaría a reconocer lo que la empresa puede invertir en patrimonio como reducción de impuestos. Eso le diría al empresario que el Estado considera esa actividad como valiosa.

Martorell: "El boom inmobiliario debería pagar un impuesto a la ciudad"
Pero existe ambivalencia respecto al papel de la empresa privada. En arqueología no la quieren mucho.
El asunto es en qué términos y qué tipos de empresas. Si entendemos el papel de la empresa en cultura como una actividad empresarial, los retornos de la inversión no serán compatibles con una correcta gestión de patrimonio. Pero se deben desarrollar modelos de responsabilidad cultural, por ejemplo mediante fundaciones.

¿Cómo así?
El Estado, la ley pueden exigir requerimientos especiales a las empresas que quieran invertir en patrimonio. Puede estar limitado a empresas altamente especializadas, con expertos, empresas de calidad, con lo cual su participación adquiere un reconocimiento inmediato.

¿Cuál es la mejor manera de estimular la participación de la empresa privada?
Lo más directo son los incentivos fiscales, pero también se pueden desarrollar programas de difusión desde el Estado que apoye la actividad empresarial pro-patrimonio.

¿Qué quiere decir?
Por ejemplo, crear un sistema de premios, o concursos, o campañas de difusión donde se hacen reconocimientos públicos y masivos de la empresa responsable culturalmente. Es importante que las empresas se sientan reconocidas por la sociedad.

Obras por impuestos: ¿una buena fórmula?
Sí, es una buena fórmula. Hay que incentivarla más porque es una alternativa más eficiente para todos. Beneficia más cuando hay deuda tributaria.

¿Qué pasa con el boom inmobiliario? ¿Debería tener un impuesto para aportar a la recuperación de huacas y casonas?
El boom debería pagar un impuesto a la ciudad porque genera una ocupación mucho más densa del espacio, en todo sentido. Quizás ese impuesto no debería ir de manera directa al patrimonio porque podría verse como una interferencia en el proceso económico…

Pero en otros países hay impuestos al tabaco y al alcohol para pagar por salud…
Efectivamente. Sería un argumento razonable. De hecho, en Colombia existe un impuesto a la telefonía móvil, y en España un 1% de toda obra de construcción va al patrimonio cultural. En el caso nuestro, podría aplicarse a todas las obras de infraestructura.

¿Quiere decir por ejemplo que la construcción del metro debería aportar?
Sí. Como deberían aportar la construcción de carreteras y las vías que la misma Municipalidad está promoviendo.

Se suele asociar empresa con la gran empresa, pero ¿qué papel les toca a la pequeña y mediana empresa?
Si existiera un sistema de incentivos tributario, podría existir un fondo global al que cualquier empresa pudiera aportar y así ser parte del proceso. Muchas por su tamaño no podrán hacerse cargo de un solo proyecto, pero un Fondo Pro Patrimonio sería una solución más inclusiva.

¿Qué es lo más urgente en este momento?
Para mí, crear un sistema de incentivos general. Y no estoy hablando de incentivos tributarios o exoneración de impuestos sino, por ejemplo, de un sistema que fortalezca la imagen de las empresas que aportan al patrimonio. Se necesita generar conciencia empresarial desde los incentivos.

¿Se siente optimista de que esto puede mejorar?
Sí, creo que puede mejorar en la medida que la conciencia social por el patrimonio está creciendo en Lima de un modo como no se había visto antes. Esto gracias a las redes, y ese proceso puede ayudar muchísimo.