sábado, 1 de diciembre de 2012

LO QUE PUEDE OFRECER UNA BONANZA


A principios de los años 2000, los países ricos experimentaban una nueva ola de crecimiento económico y, con esta ola, vino un ‘boom’ inmobiliario sin precedentes. A pesar de ser dos ciudades muy dispares, Londres y South Beach en Miami fueron dos lugares que recibieron ese impacto.

En ambos casos, las autoridades tuvieron que saber hacer frente a poderosos intereses económicos, tanto nacionales como globales. Londres intentaba en ese momento posicionarse como el centro financiero de Europa y Miami quería reclamar un lugar más serio en el concierto de ciudades en Estados Unidos.

 En Londres, sucedieron tres cosas: se reforzaron las medidas de conservación; se identificaron nuevas áreas para renovación urbana; y donde hubo que tirar algo abajo, el compromiso siempre parecía ser que lo nuevo tenía que ser mucho mejor que lo anterior.

Sobre el primer punto: muchas casas habían estado en mal estado y el interés inmobiliario llevó a definir mejor las reglas: qué se podía hacer con esas casonas. De manera general, se trató de mantener la armonía de las fachadas, relajando sobremanera lo que se podía hacer adentro. Ante la presión para crecer, y ante la imposibilidad de traerse abajo las casas y edificios, se identificó el este de Londres como la zona para modernizar.

A principios de los años 2000, todo el sector ribereño al este de Canary Wharf empezó a crecer a ritmo hipercardíaco. Y ni qué decir de todo el proceso de revitalización urbana junto a esta zona, que es hoy la Villa Olímpica, a punto de ser inaugurada.

South Beach, que hasta esos años había vivido una atmósfera de diversión y laissez-faire, sintió el golpe cambiando el aletargamiento playero por la defensa urbana. Para ellos, había que proteger el estilo art-déco de su playa, que aún siendo una versión más humilde que el art-déco de Nueva York, no estaban dispuestos a deshacerse de ello. Era su tesoro y decidieron protegerlo.

Este ‘boom’ también llevó a reforzar reglas sobre protección y conservación, y se terminaron de definir los límites de lo que se podía y no se podía, hacer. En ambas ciudades, el proceso se vivió casi sin mayores traumas y ganó la ciudad. ¿Por qué es distinto de Lima?

Pensaba en esto después de la nota que publicamos el domingo, en la que limeños de varias partes de la ciudad, de Miraflores o San Isidro, de San Juan de Lurigancho o Los Olivos, compartían el mismo malestar por el modelo de crecimiento urbano que estamos siguiendo: sin orden ni normas. Y peor aun: sin protección ni conservación.

La gran ironía es que Lima es una de las ciudades más ricas del continente en cuanto a arquitectura, pero no asume responsabilidad frente a eso. Lo que es más, su silencio le ha dejado cancha abierta a la especulación y el lucro.

Me pregunto qué autoridad, qué alcalde, o qué grupo asumirá su defensa. Si hablamos de bonanza, que también sea una bonanza para la ciudad, para sus casonas, sus parques, sus fuentes, sus espacios públicos. Que sea una bonanza que dé y en la que ganemos todos.

Publicado en El Comercio: 27/6/12 
Foto: exploringthroughlife.com

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