miércoles, 14 de noviembre de 2012

UNA VUELTA ALREDEDOR DEL CENTENARIO




Al ver caer a nuestros compatriotas por 4-2 en el estadio Centenario recordé mi visita al lugar hace unos meses. Había ido a Montevideo a averiguar por qué eran felices los montevideanos.

Cada vez que sale una lista de ciudades con mejor calidad de vida en América Latina esta pequeña urbe, de un millón y medio de habitantes y solo un terremoto en su haber, siempre figura entre las tres primeras.

De más está decir que su estadio me pareció una estructura de lujo. Algo despintado, y una que otra parte de capa caída, pero la integridad de su diseño se imponía por sobre las pequeñeces estéticas.

También me llamó la atención cómo se parecía al nuestro. Al anterior, claro está. Había una diferencia de unos 20 años entre ambos. El uruguayo había sido construido a principios de los años 30 y el nuestro, después. Cuando levantamos el Nacional, el estilo art déco seguramente ya había pasado de moda pero no por eso había perdido elegancia.

Y el José Díaz también tenía de eso: de integridad, de armonía, de prestancia. Pero a lo que iba. Es cierto que ‘calidad de vida’ significa varias cosas para cada uno. En general, más allá del acceso a servicios básicos, está vinculado con la sensación que se tiene respecto a temas de cohesión social, pertenencia, acceso a espacios públicos.

En mis recorridos por las calles encontré montevideanos de todas las edades que hablaban de lo mucho que querían a su ciudad. Y lo hacían con una convicción que solo acentuaba mi curiosidad, porque también hay limeños que dicen querer a Lima y el momento que les preguntas por qué, se hace el silencio.

Entre sus respuestas, con frecuencia se referían a un lugar importante para ellos: la rambla, que es como llaman a su malecón. Un malecón enorme y larguísimo a donde van todos ya sea verano o invierno. Cuando averigüé sobre la rambla montevideana resultó que, aunque no fuera obvio, había sido uno de los grandes proyectos de inclusión urbana que sus alcaldes habían diseñado hacía más de 100 años.

¿Cómo? transformando un lugar que era inadecuado para el paseo, en uno lleno de jardines, arte, centros de esparcimiento. Todo con el fin supremo de que sirviera a todos.

Me resultó increíble que 100 años después un ciudadano pudiera sentirse agradecido por tener algo así. Otro factor de felicidad al que se refería la gente era la sensación de vivir en un lugar donde se aspira a la igualdad.

Y bueno, seguramente que hay una larga tradición de factores que han contribuido a esa sensación. Como el haber tenido intendentes (alcaldes) comprometidos con la continuidad del proyecto de ciudad.

En esa visión, me imagino, a nadie se le ocurriría modernizar un estadio como el Centenario. Respetan mucho a su gente y su ciudad como para imponer algo así. Si acaso, levantarían otro, mucho mejor, en un lugar diferente. Es el mensaje de las acciones. ¿Qué mensaje me da nuestro estadio? Uno poco feliz. Lo veo sucio, barato y sin acabar. Y me recuerda que la felicidad va más allá de un partido de fútbol. Y que los limeños nos merecemos más que un gol.

Publicado en El Comercio: 13/6/12
Foto: citio.blogspot.com


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